MY HEAD SOUNDS LIKE THAT 2008- 2022
Esta serie fotográfica trabaja con los arquetipos no desde el análisis directo, sino a través de un sistema de referencias culturales compartidas: cuentos infantiles, canciones populares, libros, gestos, íconos. Cada imagen contiene un fragmento de ese gran archivo colectivo que todos habitamos sin saberlo. Una piñata, una calavera, una nube, una torre,etc, son símbolos que activan memorias preculturales, casi instintivas. Como si la infancia, el mito, la muerte y el juego fueran habitaciones en común, accesibles desde distintas biografías, pero reconocibles por todas. El proyecto busca construir un lenguaje simbólico que funcione como un lugar común, una zona mental donde las experiencias privadas se cruzan con la estructura colectiva de lo humano.
Inspirado por el concepto del mind palace —tanto desde su origen en la retórica clásica como en su reformulación pop por Thomas Harris—, cada figura en estas imágenes actúa como una habitación simbólica del inconsciente. Pero aquí el palacio se vuelve performativo, teatral, en colapso; las figuras no son sujetos, sino presencias activas. Cada cuerpo se transforma en contenedor, cada rostro en soporte para un símbolo. El fondo oscuro no es simplemente escenografía: es un vacío cargado de sentido, una cámara interior para dar un espacio donde lo privado —los miedos, las obsesiones, las narrativas íntimas— se presenta desde lo performático para convertirse en experiencia universalizable. La imagen no muestra lo que soy, sino lo que cualquiera podría ser.
Esta performatividad es esencial: no se trata de autorretratos ni de representaciones identitarias, sino de acciones visuales donde lo individual se disuelve en el mito. La serie propone que lo personal no es lo contrario de lo común, sino su punto de entrada más potente. Cada imagen es un ensayo visual que parte desde adentro, pero se abre hacia un afuera simbólico. Una piñata no es solo una memoria de infancia, sino una figura de lo frágil y lo festivo, y al mismo tiempo es una metáfora de autodestrucción. Una calavera no es solo muerte, sino una forma cultural de lidiar con ella, es una vanitas. Así, el archivo simbólico no es autorreferencial, sino una forma de hablarle a cualquiera.
Hay también ecos de Italo Calvino en esta lógica: así como en Las Ciudades Invisibles las arquitecturas narrativas eran metáforas del alma, aquí las cabezas simbólicas funcionan como espacios interiores, ciudades mentales donde habita el deseo, el colapso, la risa, el miedo, la esperanza. Este no es un trabajo sobre el retrato; es un trabajo sobre la transformación. Un intento de nombrar lo innombrable por medio de símbolos reconocibles.
